Santiago Paredes en Moria
Hay una serpiente en mi bota
Santiago Paredes
Moria
10.03.22 | 30.04.22
Con curaduría de Irene Gelfman y con una frase de Toy Story (1995) como título, Santiago Paredes (Buenos Aires, 1988) presenta Hay una serpiente en mi bota en Moria. La muestra reúne un conjunto de obras creadas digitalmente para imprimir sobre superficies aterciopeladas, incluyendo una alfombra de lana, que se combinan y contrastan en brillo y opacidad con una serie de espejos recortados, cuyos contornos remiten a vasijas y floreros de diversos tamaños. A su vez, sobre una mesa en el centro de la sala se pueden hojear los libros que el artista realiza artesanalmente y que convierten la exposición en una propuesta inmersiva y tridimensional, extrañamente acompañada por cierta sensación de planicidad que transmiten las obras y las páginas.
Antes de entrar, dos grandes espejos parecen custodiar la sala, parados contra las paredes, simétricamente, a derecha e izquierda del marco de la puerta (Jarrón grande 1 y 2, ambos 2022). De estatura humana, reflejan la goma eva manchada de rojo que recubre el suelo y otros detalles de la antesala de la galería. Una vez dentro, el piso está forrado con una alfombra espesa de plush negro, sobre la que se apoya otra alfombra, de colores vivos y contornos aparentemente caprichosos: una mirada más cercana descubre allí las formas de dos abanicos que se combinan (Fun Fun, 2022). Los libros, que quienes visitan la muestra pueden sentarse a mirar tranquilamente, proveen un extenso arco de referencias a las obras y el pensamiento de Paredes. Entre sus intereses, la curadora destaca, por ejemplo, “las miniaturas persas, el grabado japonés, el high fashion y la cultura pop contemporánea”, a las que se suman citas y alusiones al artista estadounidense Richard Prince y al curador suizo Harald Szeemann, entre muchas otras, que “crean un universo visual teñido de duda —entre lo que es y lo que representa—”, continúa Gelfman.
Mientras las cortinas traslúcidas estampadas, diseño del artista, flotan con el viento que entra por la ventana, las pinturas desarrollan motivos de paisaje doméstico o interiores con personajes inmóviles, planos, entre máscaras, vestidos y empapelados ornamentales, pero también salpicados de manchas y rayaduras —que no son pinceladas—, en una perspectiva bidimensional que pareciera aplastarlos contra el fondo, llevando “todo al mismo plano de importancia donde no hay jerarquías”, describe la curadora. Esta característica, sumada a la ausencia del trazo directo de la mano del pintor remite, mentalmente, al origen digital de las pinturas. Sin embargo, donde el ojo espera encontrar la superficie retroiluminada de un monitor, descubre la opacidad de una tela, que contrasta a su vez con las superficies espejadas de la serie de jarrones. Gelfman observa que los trabajos resultan de “la unión de varios universos disímiles pero complementarios”, quizá porque aquí la contemplación y la inmersión, la apropiación y la creación, lo digital y lo sensorial dejan de ser conceptos contradictorios para generar una experiencia de imágenes.
Fotografías de sala: Santiago Ortí