Leila Tschopp en HACHE

La casa de fuego / La casa en llamas
Leila Tschopp
HACHE
11.09.21 | 31.12.21

Con curaduría y texto de María Fernanda Pinta, HACHE presenta la segunda exhibición individual de Leila Tschopp (Buenos Aires, 1978) en la galería, La casa de fuego / La casa en llamas. En esta ocasión, los muros del espacio están enteramente pintados de rojo, tono que coincide con el fondo de las cuatro pinturas expuestas y también el de una serie de textos enmarcados, todos sujetos con grapas a (y por eso algo distantes de) las paredes. Ese color rojo-fuego cubre a su vez dos esculturas-estructuras de barras de hierro que atraviesan diagonalmente cada una de las salas. Completan la instalación una serie de intervenciones performáticas que tienen lugar durante la exposición, el primer y tercer sábado de cada mes, “con aforo reducido, atendiendo a los protocolos vigentes” −anuncian desde la galería−.

El espacio doméstico ha sido tradicionalmente el lugar que la sociedad asignaba a las tareas femeninas mientras que la esfera pública estaba reservada al género masculino. Con el desarrollo de los movimientos feministas y la salida masiva de las mujeres al mercado laboral, estos espacios empiezan a alterarse, así como los vínculos y jerarquías que generan entre las personas y los objetos. En su trabajo, Tschopp produce simultáneamente una composición espacial, coreográfica y pictórica que propone visibilizar “posibles relaciones entre las imágenes, los objetos y la arquitectura en la intersección entre pintura e instalación −explica la galería−… Su obra explora la espacialidad de la pintura enfatizando la experiencia física del espectador en su propio recorrido por la instalación o en su identificación con el cuerpo del/la performer”. Estos cuerpos, femeninos en su mayoría, suelen desplegar en la sala movimientos asociados a tareas de guardado, tendido y acomodamiento de objetos tales como ropa o tela. 

HACHE explica que La casa de fuego / La casa en llamas plantea un espacio donde “está presente la idea de articulación entre el adentro y el afuera, el interior y el exterior”, aunque distorsionando las características convencionales de lo hogareño: aquí los cuadros sobresalen de las paredes, como si los muros estuvieran a punto de expulsarlos hacia el centro de la sala. De ellos aparentan desprenderse las dos estructuras de hierro. Los trazos abstractos sobre la tela, ¿corresponden acaso a las sombras que proyecta la trama metálica? Quizás, aunque no exactamente. Los cuadros pequeños enmarcan una serie de textos como si se tratara de páginas arrancadas de un libro. Ellos también se adelantan unos centímetros de la pared. Allí se leen fragmentos breves que remiten a las descripciones de escenografía, iluminación y disposición de los personajes en las piezas teatrales. Durante las performances, los movimientos de las intérpretes se corresponden por momentos con esas disposiciones, aunque nunca lo hacen de manera exacta. Las dos intérpretes, a ambos lados de una pared que divide el espacio exhibitivo, utilizarán los elementos en exposición, contribuyendo a la creación de una imagen que surge de la relación entre la arquitectura de la sala, las pinturas y las esculturas, evocando “un espacio interior inquietante, extrañado, en la intersección entre lo real, lo imaginario y lo simbólico” −continúa la galería−. En este marco, la obra se propone como “un borde imaginario entre dos superficies opacas, entre dos espacios continuos y a la vez inaccesibles, simultáneos y reversibles. Un espacio abstracto para cuerpos concretos. Una casa trinchera, una casa rota, una casa pública”.