En ocasión de Líquido cielo. Obras de Juan Grela 1976-1988, la galería Diego Obligado presenta seis óleos y pasteles pertenecientes a la colección de arte argentino que el arquitecto Jorge Enrique Ocáriz conformó y reunió en su casa de San Nicolás. Con curaduría de Guillermo Fantoni, la selección expresa “modos de realización basados en el azar y las asociaciones libres y, en consecuencia, la fantástica iconografía que deviene de su aplicación: seres que trascienden los órdenes de la naturaleza y que podrían pensarse como aquello que [el escritor y teórico del movimiento surrealista André] Breton atribuía a un ojo que ‘existe en estado salvaje’… En ellas, Grela compone un universo donde los seres y las cosas se articulan de un modo absolutamente inusual y adoptan formas caprichosas hasta configurar exuberantes paraísos terrenales, misteriosos universos celestes o enigmáticos paisajes subacuáticos; más precisamente, un cielo líquido” −informa la galería−.
A través de los años, Grela (San Miguel de Tucumán, 1914 – Rosario, 1992) experimentó “significativas mutaciones formales –escribe Fantoni en su texto curatorial−: transitó de las nuevas formas del realismo cultivado en los años treinta y cuarenta a una figuración progresivamente sintética y constructiva desarrollada en los años cincuenta y sesenta; de la indagación de las realidades sociales a la exploración del entorno geográfico; de la representación de espectaculares escorzos y figuras monumentales a la plasmación austera y geométrica de la llanura santafesina y la vida litoraleña”, reconociendo en esta etapa una gran influencia de su maestro Antonio Berni y de los pintores impresionistas franceses. “Sin embargo −continúa−, entre fines de la década del sesenta y comienzos de la del setenta su producción experimentó una nueva mutación; todo parece centrarse en la creación de un mundo fantástico, y, por lo tanto, en la indagación de la imaginación”. En este período, el artista mencionaba como sus referentes locales a Juan Batlle Planas y su tío José Planas Casas mientras se interesaba a la vez por tendencias europeas como el dadaísmo y el surrealismo. Esto último “implica familiarizarse con un elenco de autores entre los que sobresalen los nombres de Max Ernst y Salvador Dalí, [Francis] Picabia y [Marcel] Duchamp, [Marc] Chagall y [Paul] Klee, [Hans / Jean] Arp y [Joan] Miró, por citar los que, más allá de las atracciones y rechazos generados por sus obras, fueron recurrentemente mencionados por el artista… Sin embargo, la preferencia de Grela por Miró excede las cuestiones expresivas y estilísticas para centrarse en las razones profundas, en las intencionalidades y presupuestos estéticos que guiaban la realización de sus obras” −explica Fantoni−.
Así, el texto curatorial se detiene en la relación de Grela con la obra de Miró y comenta que “a fines de la década del sesenta empezó a sentir ‘la necesidad de un mundo imaginativo, de un mundo de fantasía pero que parezca real’. Experimenta, según sus palabras, ‘la locura o la fantasía desmedida de querer crear una nueva naturaleza… Un mundo en el que hubiese árboles, gente, animales, estrellas, la luna, que hubiese todo pero de una forma distinta’. En esa búsqueda, diversas lecturas, y especialmente Introducción al surrealismo de Juan Cirlot, lo contactaron con varios de los artistas de este movimiento, con sus ideas y principios… pero la construcción de ese universo de fantasía requería no tanto de una inmersión en los principios ideológicos del movimiento, sino de una profunda indagación de sus imágenes y de sus metodologías de trabajo”.
El texto detalla los diversos procedimientos de automatismo y asociación libre que Grela aplicaba en el desarrollo de las formas, la elección cromática y la generación de los títulos de las obras −muchas veces ilegibles− desde principios de la década del setenta, durante los años ochenta y hasta el fin de su vida, abarcando por supuesto las piezas en la exposición.
Con respecto a los métodos del surrealismo, el artista sostenía que “no basta con yuxtaponer dos elementos de diferente naturaleza para que surja la poesía onírica”. Una afirmación –observa el curador– “que llevaba implícita su preferencia por los lenguajes más abstractos y los trazados libres, distanciándose de la fusión de realidades extrañas propias del surrealismo figurativo, de realización minuciosamente verista”. Y concluye: “como resultado del automatismo, de los relatos y de los recuerdos, Grela presenta panoramas para soñar despiertos, rodeados de seres que son una promesa de felicidad. En un sentido estricto, no se trata aquí de imágenes que transcriben los sueños experimentados por el artista, sino más exactamente de la creación plástica de sueños que permitan sobrellevar la dureza de lo que llamamos realidad”.
Acompaña la muestra un libro publicado por la galería: sus páginas incluyen reproducciones de las obras en exhibición, el texto curatorial completo y reeditan una extensa entrevista de Fantoni a Grela, realizada en 1984 y aparecida originalmente en el suplemento cultural de Diario Rosario el 17 de marzo de ese mismo año que evidencia su interés en la obra de Joan Miró.