Florencia Almirón en Gachi Prieto
Florencia Almirón (Buenos Aires, 1982) presenta su primera exposición individual en la ciudad de Buenos Aires y en Gachi Prieto, luego de residir durante doce años en Berlín. Bajo el título Reino Pretérito, reúne un conjunto de obras recientes realizadas en distintas técnicas, formatos y materialidades organizadas en torno a Hedra (2021), una figura escultórica femenina, en tamaño real, que simboliza –cuenta la artista– a “la naturaleza en estado caótico, antes de ser intervenida por el ser humano”. Mariana Cerviño, autora del texto que acompaña la exhibición, afirma que en esta muestra “Almirón se pregunta de diferentes maneras por el grado cero de la experiencia del mundo, que es también la del arte”. Y vincula su labor artística con la arqueología, ya que, “para desentrañar los secretos guardados de un planeta a punto de extinguirse, recoge fragmentos y los somete a operaciones de observación sensibles y precisas”. La galería agrega que los trabajos reflejan a su vez las indagaciones de la artista acerca de “la relación entre cuerpos vivos e inertes, explorando el instinto de supervivencia en un hábitat al borde del abismo. La constante transformación de la materia da como resultado un híbrido entre lo manual, lo industrial y lo natural”. En este sentido, no es casual que la idea de “huella” recorra cada una de las piezas en exhibición.
Hedra “mira” hacia La lengua encantada del linaje (2021), un mural fotográfico cubierto, en parte, por piezas de cerámica, que ocupa dos de las paredes perimetrales. Destructor de fatiga emocional (2021), una obra hecha principalmente de cerámicas enhebradas, cuelga verticalmente desde una viga en el techo. Por detrás de la escultura central, tres obras en resina epoxi se ubican sobre la tercera pared en la sala: La parte de atrás de los días I, V y VII (las tres, 2021). Y, se suman al conjunto, dos manos del mismo material, pero en tonos rojizos, que descansan en gesto tierno sobre un tronco quemado (Rayo madre, 2021).
El mural está compuesto de tres gigantografías. Una de ellas, amplía imágenes de pisadas sobre la arena y las extiende sobre la pared, en un gris monocromo que se continúa visualmente en el piso de cemento de la sala. La segunda fotografía es un retrato de una mujer en primer plano: cubren su rostro más de cien círculos de cerámica, cada uno ellos enroscado sobre sí mismo. Amuchados, obstruyen la visión del rostro del personaje. La tercera foto, la única impresa en color, muestra la textura de un tronco de árbol. Se destaca en primer plano un fragmento de ese tronco, cubierto por una delgada capa de cemento de forma ovalada, sobre la cual han quedado impresas las líneas de distintas huellas digitales. De una viga del techo cuelga una soga, que, como si se tratara de un collar de cuentas gigante y abierto, ensarta una pila de “perlas” de cerámica. Vistas de cerca, se observa que conservan la huella de los dedos que presionaron el material cuando aún estaba crudo y blando; de lejos, podrían confundirse con moldes de dentaduras de los consultorios odontológicos. Mientras tanto, la figura en el centro de la sala, construida en fundición de aluminio y alabastro, se sienta sobre una piedra y levanta sus manos a la altura de la vista para sostener un par de anteojos del mismo material que su propio cuerpo −es decir, totalmente opacos−, que apunta hacia las fotografías. ¿Quizá la mirada de Hedra logra atravesar el metal? ¿O se trata, acaso, de los restos reconstruidos del personaje, con su mirada totalmente ciega? A sus espaldas, tres obras de bordes irregulares presentan sobre sus superficies diferentes líneas, trazadas en algunos casos con huellas de mordidas y, en otros, imitando, en pequeño, la forma de las marcas de las pisadas sobre la arena.
En su texto, Cerviño pregunta: “¿Es la mordida el gesto primitivo o, en cambio, es el instinto prensil, asir, apretar con fuerza la materia maleable como agarrándonos de algo para no caer hacia el abismo?”. Y en una posible respuesta, concluye que “quizás la experiencia que propone esta muestra es el movimiento irresuelto, pendular, entre por un lado el temor al otro, la preparación contra la inminente agresión externa, y por otro, el siempre renovado deseo de apego hacia algo o hacia alguien, la pulsión de vivir juntos en este mundo y de encontrar palabras para nombrarlo”.